El pacto de hierro acordado entre los dos partidos con posibilidades de gobernar y sus meretrices políticas nacionalistas que ceden sus favores –sus votos- a cambio de fueros, privilegios, prebendas, momios, sinecuras y chollos para sus feudos impide toda posibilidad de regeneración democrática. Y en esta charca política nauseabunda es lógico y plausible que la corrupción de todo tipo reine sin trabas.
Corrupción político-económica sin precedentes; aunque en estos momentos el maloliente caso Gürtel implica al núcleo duro del PP, no podemos olvidar que todos los partidos tradicionales están instalados en el ‘hit parade’ de la corrupción. Según el informe de la Fiscalía General de Estado el ranking está encabezado por el PSOE con 264 casos, seguido del PP con 200, Coalición Canaria con 43, CiU con 34, Izquierda Unida con 20, el GIL con 17, Unió Mallorquina con 7, BNG con 3 y PNV con 3.
Corrupción político-judicial sin precedentes, a raíz de la demolición de la independencia del Poder Judicial por el pacto PP-PSOE, por el que los órganos más importantes del tercer poder no son magistrados y expertos jurídicos de prestigio sino comisarios políticos por cuotas de la oligarquía partidista. Lo que lleva a que el Tribunal Constitucional no pudiera declarar en su momento, hace cuatro años, lo obvio, que el estatuto de Cataluña –y de otros pactados por PSOE y PP- dinamitan la Constitución. Y lo que lleva a que un juez como Garzón encausado por cohecho y prevaricación en tres casos distintos no se defienda dentro de la ley y de los procesos judiciales, sino ‘llamando a las armas’ a sus correligionarios políticos y mediáticos de la izquierda, con el concurso siempre atrabiliario de los titiriteros y artistillas rumiantes del cálido establo del poder.
Más pronto que tarde, mientras se está ampliando la desafección de la política por parte de los ciudadanos, algunos, cada vez más, se unirán a los que pensamos que es necesario un golpe de timón, un proceso de regeneración democrática, que garantice la independencia del Poder Judicial, que reforme la Constitución, la ley electoral, los estatutos de autonomía, las leyes de régimen local, el Código Penal, la ley de financiación de partidos, y en definitiva que asegure el imperio de la ley sin impunidad para nadie y la igualdad de todos los ciudadanos españoles en derechos y deberes independientemente del territorio en que vivan y de su adscripción política y religiosa.
Sólo un partido neonato, UPyD, tiene semejante programa revolucionario, y es tan importante para la democracia española su éxito, que muchos no estamos dispuestos a debatir sobre las ‘bullshits’, las cacas de vaca que nos lanzan los trileros de la política para entretenernos y desviar nuestra atención. No son tiempos para las discrepancias ideológicas –izquierdas, derechas- ni para las controversias organizativas –personalismo, asambleísmo-; no son tiempos para la lírica, sino para la construcción de una auténtica democracia en España, antes de que el diluvio del pútrido detritus político existente nos inunde definitivamente en la ciénaga hedionda y pestilente de corrupción y prevaricación.
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