La izquierda prístina nacida en el Siglo de las Luces era una izquierda progresista, porque apostaba por la igualdad de todos los ciudadanos en derechos y deberes, independientemente de su origen racial, cultural o religioso. Una izquierda para derribar el Antiguo Régimen, los privilegios regionales o locales, los feudos.
Era una izquierda progresista porque defendía los valores universales, los derechos del Hombre y del Ciudadano, la Civilización, la Democracia, la Razón y la Ciencia. Una izquierda nada relativista, ni cultural ni moral.
Era una izquierda progresista porque abogaba por el imperio de la ley, una única ley para todos los ciudadanos, frente a las tradiciones culturales y religiosas, los prejuicios oscurantistas, las supersticiones ancestrales. Una izquierda contra las tinieblas disfrazadas de 'culturas respetables'.
Era una izquierda progresista porque combatía el fanatismo y la intolerancia, porque defendía la tolerancia pero era inflexible con la intolerancia. Una izquierda para la libertad, la igualdad y la fraternidad, cuyo fruto es la auténtica paz, y no la falsa paz de los cementerios materiales, políticos o intelectuales.
Pero la historia de la izquierda no es una historia feliz. Pronto derivó hacia los extremos contra los que había nacido, y de ahí surgieron la izquierdas totalitarias de Robespierre y su 'Régimen del Terror', Marx y su 'Dictadura del Proletariado', Bakunin y su terrorismo disfrazado de 'Acción Directa', y en fin, lo que parafraseando al propio Lenin -paradójicamente el político fundador del bolchevismo totalitario y criminal-, podríamos definir como el izquierdismo, enfermedad infantil del progresismo.
Pero el Siglo XX nos dejó como legado otra izquierda antagónica también a sus orígenes liberales e igualitarios, no totalitaria pero sí retrógrada y reaccionaria, ligada a las corrientes posmodernas -y por tanto opuestas a los valores de la Modernidad- como el estructuralismo y sus secuelas althusserianas, derridianas, lacanianas y foucaultianas, la contracultura y sus secuelas hippies, orientalistas y de 'new age', y las más recientes tendencias reaccionarias disfrazadas de progres como el movimiento antiglobalización y la ecolatría apocalíptica.
Si parafraseamos esta vez al gran filósofo español Julián Marías, podríamos decir que no todo el que defiende el Progreso es un progre, lo mismo que no todo el que tiene apéndice sufre de apendicitis. Afortunadamente. La progresía bien puede ser la inflamación patológica de la idea progresista.
El izquierdismo fue la enfermedad infantil del progresismo. Quizá la progresía sea la enfermedad senil del progresismo.
2 comentarios:
Que sí don Capitán, que sí, que lo de la izquierda es de aurora boreal, yo también me quité, ¿pero no habrá una derecha sin olor a incienso, bertín osborne ý piete moa para ir a votarlos sin nauseas, coño?
Y deme aleluyas por mandarle, no uno, sino dos posts a su blog (ya, ya, estólidos, pero dos) Un falangista cursi no puede pedir mucho más.
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