Pero la mayoría se siente cómoda, nadie quiere problemas, nadie quiere significarse, nadie quiere ir contracorriente, nadie quiere ser políticamente incorrecto, nadie quiere ser tachado de heterodoxo o disidente, todos -o casi todos- quieren seguir confortables en el cálido establo, con pienso abundante y gratuito. Afuera hace mucho frío, como bien los saben los pocos pero heroicos combatientes por la libertad en Cataluña desde hace décadas, como Antonio Robles o José Domingo.
Estos días están saltando a los medios algunos pocos casos de corrupción de los muchísimos que se han dado y se dan en esta Cataluña estabulada por el nacionalismo. Antonio Robles lo comenta en su artículo de Libertad Digital "Casa nostra", y José Domingo en "Corrupción a la catalana" de su blog de La Voz de Barcelona.
¿Pero qué se puede esperar de una sociedad como la catalana en la que Joan Laporta, presidente de su emblema deportivo, el F. C. Barcelona, es un xenófobo confeso que odia a los españoles y participa en manifestaciones de la mano de terroristas catalanes sin arrepentir como Frederic Bentanachs, y Joan Oliver, director general del mismo club, organizador del espionaje a sus cuatro vicepresidentes, es el mismo que declaró en su día que "todos los españoles, por el hecho de serlo, son unos chorizos", lo que en cualquier país democrático habría sido denunciado como ataque racista y habría tenido que ser inhabilitado para cualquier cargo representativo?
Cataluña no es un oasis, en una charca hedionda, bien los sabemos algunos, pero la mayoría de sus ciudadanos prefiere seguir viviendo en la cálida y confortable 'matrix' catalana. ¿Hasta cuándo?
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