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Afortunadamente el Tribunal Constitucional ha puesto un poco de sentido común al sentenciar que el río Guadalquivir no puede ser patrimonio de la Comunidad Andaluza ni el Duero de la Castellana y Leonesa, como proclamaban sus nuevos e infectos estatutos de autonomía. Y digo infecto no como insulto sino como descripción científica del fenómeno ocurrido en España en que la mayoría de los políticos han sufrido la infección de un peligroso parásito mental, el localismo, sea nacionalista, sea regionalista.
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Deberíamos reflexionar acerca del comportamiento histérico de Angela Merkel, conservadora como Sarkozy y Cameron, pero con un oportunismo político entre lo cínico y lo desvergonzado (parar el plan energético de centrales nucleares, huir de la colaboración en el ataque a Gadafi). Lo fácil es hacer mención del conocido fariseísmo de los democristianos, pero quizá haya algo más, que resida en la sociedad alemana. Los alemanes tienen una opinión pública en buena parte parasitada por el virus mental del eco-pacifismo, fruto del síndrome pos-guerra mundial y de la prohibición del P. Comunista que obligó a los revolucionarios a disfrazarse de lagarterana ecologista. Quizá esto potencie el fariseísmo de la eco-pacifista de confesionario en que se ha convertido Angela Merkel.
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