La fotografía de la socialista vasca Gema Zabaleta abrazando a la militante de Batasuna Jone Goirizelaya es el futuro, mientras que la imagen de la socialista vasca Rosa Díez abrazando a la víctima de ETA Pilar Elías es el pasado. Zapatero dixit.
¿De verdad alguien necesita que el presidente diga más claro lo que significa el llamado “proceso de paz”?
Realmente, el que no lo entienda, que se lo haga mirar.
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¿Vieron Vds. ayer en la prensa la foto del curita irlandés Alec Reid del brazo de Arnaldo Otegi sujetando la pancarta proetarra que blandían en Pamplona, la futura Viena ibérica?
¿No se les revuelven las tripas? ¿no sienten náuseas?
Ya sabemos con Burleigh que el nacionalismo es una religión política, y que siempre ha habido y habrá vasos comunicantes entre la ideología nacionalista y la religión ¿irracionalismo, oscurantismo, superstición, fanatismo?, pero ¡hombre, que todavía haya sectores de la Iglesia Católica que se manchen tanto las manos parece un poco excesivo!
Coda: “territorialidad” debe de ser la traducción al castellano del término alemán ”lebensraum” ¿no?
17 abril 2006
DE FOTOGRAFÍAS
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1 comentario:
Como víctima del nazionalismo español y gran admirador de tu creador, te "pego" esta reseña sobre su obra..Gertrudis Stein:
El Caballero de Acero, comentario por Manuel Barrero
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Biografía de un escritor que se publicita como «Un paseo por la memoria del creador de El Capitán Trueno», y no sólo eso: tras la fotografía del autor en cubierta aparecen degradados en cierto porcentaje de gris, una imagen de Ambrós de la alegre compañía de amantes y amigos del famoso Capitán. Se trata de una maniobra promocional, que en cierto modo podría calificarse de burda porque si bien es cierto que el libro sirve para introducirse en la memoria de Víctor Mora, el afamado guionista de historietas, no versa sobre sus recuerdos en torno a la industria de los tebeos o sobre los personajes de su creación como El Capitán Trueno, El Jabato, El Corsario de Hierro u otros.
Mora sufrió un accidente vascular cerebral (o cerebro vascular, que dicen los galenos) en 1996 y, al poco tiempo, padeció un cáncer de vejiga. De ambos fue intervenido con éxito, pero el proceso de rehabilitación y recuperación fue lento y, para un hombre de las cualidades de Mora, angustioso.
Es esta angustia en la que se refleja en Diario de a bordo, la fatalista de ver la muerte en lontananza (o, aún peor, el dolor inacabable o la invalidez), la realista de contemplarse más torpe y viejo, la hiriente de conocer el balance final de una trayectoria profesional.
No queda claro si el diario que escribe Mora es realmente parte de su diario personal o si decidió expurgar de este modo –usando este género literario- los demonios que lo atenazaban durante su padecimiento y lenta recuperación. No es eso lo importante, lo que realmente nos importa aquí, como admiradores de la obra de Mora (sea como lectores de historietas, sea como lectores de literatura) es la profundidad de sus reflexiones sobre el porvenir, que le retrotraen fragmentariamente a pasados creativos, a momentos fundamentales de su vida, o a meditar sobre la esencia del mundo en el presente, y también sobre su futuro… Todo eso nos importa, porque nos descubre el esquema humano e ideológico que fundamentó una de las obras de historieta más importantes de la historia de nuestros tebeos.
En Diario de a bordo, el aparentemente hipocondríaco Víctor Mora pronto se nos descubre como un hombre que tiene tanto miedo como los demás a afrontar el dolor pero que demuestra un tesón especial para hacer frente a las adversidades. La afasia de Wernicke que le ocasiona el accidente vascular no le impide reflexionar desde el principio sobre la losa o lastre que ha supuesto su personaje El Capitán Trueno. Primeramente porque se ha visto etiquetado por él, lejos de lo que realmente le interesaba a Mora desde 1965, cuando arrancó su carrera de novelista en lengua catalana (su carrera como escritor de cuentos había comenzado una década antes). En segundo lugar, porque aprovecha para denunciar a los editores y otros negociantes que se aprovecharon de su creación hasta que Mora inició una lucha legal, que duró años, para recuperar el copyright sobre sus obras, lo que no lograría hasta la quiebra de Bruguera «por culpa de su mala política para con demasiada gente.»
Pero la parte más interesante de esta obra –aparte de su dimensión literaria- es el conocimiento profundo de Mora, un hombre siempre comprometido con su ideología (siempre antifascista, del lado de los humillados), que no duda a cada momento de su diario en denunciar las atrocidades que en la era del neoliberalismo (bajo lo que él llama «capitalismo salvaje») se cometen en el mundo, jugando a veces a predecir el futuro (acierta con el problema de Irak, pero no acierta con el fin de Bush, por ejemplo). En breves reflexiones va desgranando la pérdida de la ilusión de la izquierda Española desde la transición a la vista de «los que han aprovechado para su propio beneficio la libertad conseguida por los que se sacrificaron» (pág. 48) o tras comprobar que «hoy ya no queda nada» de la gran esperanza socialista de principios del siglo XX.
Hay varios discursos, pues, en esta obra biográfica, y los conduce un doble autor, o un doble personaje. Por un lado el mismo Mora, con sus miedos inéditos y su tornadizo temperamento, por el otro su alter ego El Caballero de Acero, al que alude en tercera persona en ocasiones, que representa la fórmula inamovible de su carácter y su altivez. Ese Caballero es la imagen que Mora ha creado para sí, una coraza de fortaleza tras la que se reconoce, aquí, en toda su debilidad durante la recuperación de su enfermedad. También desde esa ilusión de resistencia reflexiona sobre su carrera como literato en catalán, denunciando veladamente el origen de su vocación –en esencia, para reaccionar contra el no reconocimiento de la Cultura catalana bajo el régimen franquista- y también la escasa promoción de que goza la literatura en este idioma. Lo cual no debe confundirse con el posicionamiento nacionalista; al contrario, Mora acaba declarando en Diario de a bordo que los nacionalismos conducen a la larga a la guerra y al derramamiento de sangre, si bien no abandona la idea de que España sigue siendo «un país de atrocidades y de exilio». Estas reflexiones sobre esta desembocadura del mundo en el final del siglo XX han formado parte de la literatura de Mora durante la década de los noventa, en el ciclo de tres novelas dedicadas a los tiempos presentes: La dona del ulls de pluja, Entre silencis d’estels i tombes y Carícies d’un desconegut, también de recomendable lectura todas ellas.
Mora acaba definiéndose, en líneas generales, como un hombre orgulloso, algo narciso, idealista, enemigo de la violencia, que hace gala de un fatalismo que él llama realismo. Sus recuerdos hacia atrás y hacia el presente depauperado que atraviesa nos permiten atisbar por momentos encuentros con autores de historieta, como Druillet, Goetzinger, Goscinny, Parras, autores de gran talla, pero no deja de resultar paradójico que hable sustancialmente menos de los autores con los que él trabajó en España, como Ambrós, Darnís u otros dibujantes de El Capitán o El Jabato, o como Luis García, Costa, Hidalgo, Cuyás, Usero… Con todo, finalmente, quien sabe si como concesión al editor o como decisión propia, termina su obra con un texto dedicado al personaje que le ha dado fama, El Capitán Trueno, reproduciendo el texto que apareció en el dossier especial que fue publicado por el diario El Mundo en su suplemento dominical núm. 185, en el día 2-V-1999, que se acompañó con una historieta corta del personaje escrita por Mora y dibujada por Redondo.
Al cabo la elección de la imagen del alegre Capitán y sus amigos para la cubierta de esta biografía, velada tras la fotografía de un Mora recuperado, no resulta tan oportunista. Describe al doble protagonista de esta obra: a Víctor Mora por un lado, al Caballero de Acero por el otro. Se diría que el Capitán más que un hijo suyo viene a ser la idealización de una parte de su carácter.
Casi un año más tarde de la publicación de Diario de a bordo (en catalán: Diari de bord (sense navegar i a punt de naufragi)) ha aparecido Tor això de la LITERATURA i unes altres coses més. Se trata de una compilación de textos de Mora, algunos redactados durante el año 2004, otros rescatados de un pasado ya remoto (los primeros años setenta), y todos escritos en catalán. Maria-Lluïsa Pazos describe acertadamente la cualidad de “raro” de este texto al definirlo como una «miscel.lània que us ha de permetre conèixer molt bé a Víctor Mora». Misceláneo y extraño por cuanto viene también ilustrado con dibujos, del propio Mora, que en ningún caso tienen que ver con lo que se puede leer en el texto al que acompañan.
Tot això… es pues una combinación de ideas, vivencias y reflexiones. Vuelve en sus reflexiones sobre Chomsky y su visión del imperialismo estadounidense desde la “izquierda” americana; retorna al problema Aznar / Zapatero / España, o al de Pujol
En sus artículos recuperados encontramos algunos sobre la novela, sobre el arte de escribir, sobre mayo del 68, sobre algunos sueños, sobre los tebeos (un texto sobre terminología e historiografía que está muy superado del que cabe destacar el uso interesante que hace del término còmic strip pero que cabe olvidar por cuanto sitúa a Busch en las postrimerías del siglo XIX y vuelve a coronar a Yellow Kid y a denominar “género” a la historieta –acaso para él fuera un género literario…-)
Es digno de destacar el rescate de la entrevista que le practicaron en 1984 con la polémica de la no premiada El tranvía blau como telón de fondo, novela en la que se cita su paso por la cárcel y en la que alude a algunos dibujantes y profesionales de Bruguera. Resulta interesante conocer el fragmento que dedica a sus inicios literarios en la cárcel, en 1957, con aquel relato titulado “La víctima”. Es anecdótico, pero de interés para completistas, el artículo que destinó al Diari d’Andorra en 2003: “El Capitán Trueno contra la guerra”. Y resulta muy reveladora su carta dirigida a uno de sus editores en lengua catalana a quien reprocha la elección de una cubierta compuesta con un collage a modo de cómic, «un error exorbitant (perque) L’stablishment cultural català (…) té horror dels còmics».
Lo mejor de este cajón de sastre literario del autor de Els plàtans de Barcelona es el apartado final, consistente en un grupo de fragmentos inéditos de su diario personal, continuación natural de Diari de bord que él sigue redactando desde mayo de 1999, de donde se extrae, entre otras muchas cosas, que los medios de comunicación le siguen recordando hoy más por El Capitán Trueno que por su literatura en lengua catalana. No deja de ser lúcido este aviso, hecho desde la comprensible indignación de un escritor que prefiere ser reconocido como tal antes que como guionista de tebeos, y que advierte a los jóvenes españoles del hoy sobre los modelos de acercamiento a la cultura, aparentemente cada día más ajenos a lo escrito y más pendientes de los lugares comunes, las etiquetas y de todo aquello que tenga que ver con la imagen.
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[ © 2005 Manuel Barrero, para Tebeosfera 050205. Víctor Mora hizo servicio de prensa con Tebeosfera ]
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